lunes, 6 de septiembre de 2010

Una receta












Es como cuando una va al médico por un chequeo de rutina y él efectivamente te confirma que estas enferma, aunque vos no lo creías e inclusive él sabe como se llama lo que tenés y entonces vos volvés para tu casa con una receta ininteligible y la birome del doctor que te llevaste sin darte cuenta, por esa costumbre que tenés de agarrar algo cuando estás nerviosa, es que no pensaste que te iba a revisar tan a fondo y vos que no te habías depilado o no tanto y bueno y llegás a la farmacia pero resulta que no tienen ese medicamento y entonces te tenés que ir a otra a conseguirlo, y cuando llegás ya es tarde está cerrada y la que está de turno queda en una calle que no conocés y a quién mierda le vas a preguntar y entonces mientras pensás que hacer te vas caminando para la esquina, revolviendo la cartera te deshaces de unas publicidades y demás papeluchos y te reencontrás con lo que queda del aquel labial que pensaste que habías perdido pero la receta ahora no aparece y te das cuenta cuando estás por poner un pie en la bocacalle que dejaste el coche para el otro lado y te pegás media vuelta y por allá ves que se te acerca un tipo con capucha y las manos en los bolsillos del buzo y sin pensarlo dos veces te cruzás de vereda pero justo viene un colectivo y el bocinazo que te pega despierta precisamente más la atención del tipo que para vos ya te venía relojeando de media cuadra atrás y el coso este está agachado, se está atando los zapatos que le adivinas sin cordones y desde su altura levanta la cabeza para ubicarte y no va que claro se cruza a tu nueva vereda y vos que buscás desesperada, pero tratando de poner cara de nada, algún negocio abierto donde meterte, pero ya cerraron todos y el tipo está más cerca de tu coche que vos y pasa un patrullero, cosa que no esperabas porque nunca están cuando se los necesita, el policía va charlando con su compañero y antes de que alcances más que a hacerle un gesto con la mano ya se fueron calle arriba. Entonces pensás que estás jugada, al tipo lo tenés a unas dos veredas y la mano derecha la está revolviendo dentro del bolsillo, sabés que está tanteando el arma. Sentís que te quemás viva, los colores de tu cara deben reflejar el miedo que en este momento apenas te permite seguir avanzando y te das cuenta que eso no te va a ayudar a imponerte al maleante. Diez metros y lo tenés encima. La puta avenida está más vacía que nunca y si pasa algún coche lo hace a toda prisa. El tipo te está mirando con persistencia. Vos te haces la boluda ladeando la cara pero es peor porque el mal viviente es como si te buscara los ojos. Lo tenés a cinco metros y le ves el codo elevándose para desenfundar la mano del bolsillo y ves horrorizada ir saliendo la mano que empuña y vos que sacas fuerza de la adrenalina y das la zancada que falta de un salto y con la birome desenvainada le das una estocada en el cuello. El asesino te mira como si quisiera devorarte con los ojos que se le saltan de las órbitas. Pensaba que te iba a someter, claro, una mujer joven, menuda y sola, como no te iba a hacer lo que quisiera. Se bambolea apretándose con ambas manos el agujero debajo de la oreja y lo ves caer contra el paredón y resbalar con la espalda hasta quedar sentado en la acera con la cabeza ladeada, una chorrera de sangre que sale cada vez con menos fuerza le moja el buzo e inunda el piso en un charco. Y lo ves, en el medio del charco, un papel estrujado que te apresuras a rescatar de la humedad con la punta de los dedos. Lo abrís, lo estás mirando, es una letra desastrosa, una receta.

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