miércoles, 8 de septiembre de 2010

La casa está callada

La casa está callada. El solemne jardín, una vieja foto quemada. Adentro el living mastica el silencio entre buches de humedad. La caspa del techo salpicando el leproso piso de pinotea. Ahora que he abierto las cortinas recalo en el ropero. La puerta a medio abrir. Aquí estaban. Mamá, papá, y los dos pequeños. Colgados de los ganchos. La epidemia los ha consumido hace mucho. Millares de polillas que inundaron el sol y arrasaron la tierra. En las venas de la lana se ven todavía sus dientes. Y luego las polillas, los millares de polillas, cuando ya nada había por comer, se vieron a si mismas… se despellejaron, se hincaron sobre cuerpos propios y ajenos, trémulas, vibrantes, fueron su hambre, su sed, su cáncer, su lepra, su mordida.
Me voy por donde he venido, pisando esta alfombra descalza, este osario de alas, de minúsculos fetos ovillados, de crispantes cadáveres grisáceos.

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